¿Acabarías tu historia porque has sufrido un daño? Algo así debió de pensar en el siglo XV el shogun Yoshimasa cuando mandó reparar un par de sus tazas de té favoritas que se habían roto. Tras una reparación fallida en China, artesanos locales japoneses – influenciados por las ideas filosóficas de la época – consiguieron «reparar las piezas» resaltando las cicatrices de las tazas rotas, realizando un paralelismo entre aquellas y las «heridas» de la vida y trasladando la técnica reparadora a una filosofía vital.
Estas cicatrices se unen mediante una laca proveniente del árbol Urushi y que es rociada con polvo de oro, plata o platino, alejándose así de la búsqueda infructuosa de la perfección y encontrando en cada uno de los «tropiezos de nuestra vida» una oportunidad para crecer y aumentar nuestro valor, puesto que son nuestras «heridas de guerra» las que nos hacen seres únicos y determinan nuestra forma de ser y de actuar en la vida.
Pero si hay una cualidad que ensalza el Kintsugi es la paciencia, porque «las cosas no se curan de la noche a la mañana». La etapa de secado es la clave para la recomposición del objeto en tanto en cuanto es la que garantiza su solidez y durabilidad; en esta etapa, la resina tarda semanas, a veces meses, hasta que se endurece.
En la actualidad, la doctrina que propone el Kintsugi se ha extendido por Europa y aumentó su impacto en Japón a raíz de los terremotos de Tohoku en 2011 y Kumamoto en 2016, en los que hubo que recomponer la vida anterior, la cual ya no volvió a ser exactamente como antes.
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